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Reseña del libro “El silencio de la ciudad oculta” de Rafael Luna García

Rafael Luna García es un escritor, investigador, académico, gestor cultural y ponente internacional. Es Doctor Honoris Causa, Licenciado en Ciencias Religiosas por la Universidad de San Dámaso de Madrid. Decano de la Facultad de Arte y Literatura de la Theophany University (T.U.), con sede en Haití y EE. UU. Presidente ARTE AHORA; de la Academia Española de Literatura Moderna. Presidente, en Andalucía (España), de la Academia Nacional e Internacional de Poesía de la Ilustre y Benemérita Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Primera Sociedad Científica y Cultural de América. Director General de la Cumbre Mundial del Conocimiento España 2022, celebrada en la Universidad Complutense de Madrid. Entre otros es Académico de Honor y Caballero de la Orden de AICACE, con sede en México.

Muchísimos son los premios que ha recibido internacionalmente. Entre otros los premios en Roma en 2021: PRIMER PREMIO D’ECCELLENZA INTERNAZIONALE “CITTÀ DEL GALATEO – ANTONIO FERRARIIS” (2021) —sección española—, con varios poemas del libro que aquí estamos analizando cuya entrega se realizó en el ámbito de la VIII edición en Roma (Italia). En 2023: recibió en Roma (Italia) el galardón BOOKS for PEACE International Award, junto a otros premiados. 

Ha escrito muchos poemarios entre otros “El silencio de la ciudad oculta” en el que se pone en evidencia como el silencio favorece la percepción del espacio interior, intensifica la sensibilidad y es una herramienta muy poderosa para relacionarnos con nosotros mismos, nuestros pensamientos, juicios, opiniones. Sin embargo, hoy en día, no hay muchas ocasiones para estar en silencio: la ausencia de sonido es prácticamente una quimera en nuestra cotidianidad y cuando nos enfrentamos al silencio tendemos a sentirnos raros, a veces no sabemos qué hacer del silencio que tenemos. Y en lugar de pensar en nosotros, tendemos a buscar algo que pueda llenarlo, y que a veces no merece la pena, no nos hace avanzar.

El silencio es, por tanto, la condición simbólica de una mente que está dispuesta a abrirse a lo desconocido y a mejorarse, a renacer en cada momento.

Estar en silencio no solo conecta con nuestra propia alma, sino también con el contexto en que vivimos. Una mente entrenada al silencio es una mente que derrama su esencia/ 

entre los pliegues escondidos/ del musgo sepultado/ desde las fuentes, è una mente que sopla suave limpiando las conciencia de soledad.

El silencio nos da la espontánea capacidad de maravillarnos delante de la vida. La mente silenciosa abraza el corazón del otro y respetar su libertad de ser tal como es en cada latido.

He visto 

He visto 

cómo el silencio 

se arqueaba 

derramando su esencia 

entre los pliegues escondidos 

del musgo sepultado 

de las fuentes. 

Y he visto 

la voz de los profetas 

ovillada en las grietas líquidas 

del viento. 

He visto 

enhebrarse 

los hachones de luz 

en el temblor secreto 

de la lluvia. 

Y he visto 

las sombras rebanadas 

salpicar en el silencio alado 

de los pájaros.

He visto 

deslizarse 

el barro de Dios 

en el rocío sediento 

de la nada. 

Y he visto 

el hueco de la lanza 

proclamandolos goznes desnudos 

de la escarcha. 

He visto 

cómo el silencio 

se arqueaba 

derramando su esencia 

y en su corteza sagrada 

he sentido los susurros mojados 

de la trascendencia. 

Y ahora que he visto, 

y sé que mi alma es una brizna de eternidad, 

me pregunto: 

¿Cómo mostrárselo a los que no ven?

El silencio 

El silencio sopla suave 

limpiando mi conciencia de soledad. 

La Luna se deshace en mis entrañas 

abriendo mi corazón a la noche. 

En mi interior 

se encienden planetas tristes 

que huyen de la luz.

Esta noche, 

los recuerdos son barcos de papel 

que desordenan las pisadas de lo sagrado. 

Escapo 

y me refugio 

en la frente cálida de un girasol, 

latiendo de melancolía 

entre los susurros de las aceras. 

La nostalgia me sacude 

con sigilo 

como la oscuridad tiembla en el abismo.

Por fin, me detengo 

y me alejo

como un pájaro de azúcar 

que se diluye en los cielos de leche. 

Siento las voces de la gente 

cubriendo las farolas derramadas 

junto al mar.

Cruzo la mirada con un indigente 

y me descubro en sus ojos deshechos 

que (solo) claman 

humanidad.

*Elisabetta Bagli, poetessa, scrittrice