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La pandemia en las comunicaciones: la importancia de la metáfora

La metáfora es una herramienta a la que se atribuye un amplio poder creativo; llega a ser entendida gracias a la empatía que se crea con quienes la escuchan o la leen: es un proceso cognitivo que nos permite construir modelos culturales de conducta, ya que, en la vida cotidiana, a menudo, construimos, con nuestro comportamiento, un medio a través del cual nuestro mundo interior puede ser explícito y puede identificarse en la mente del receptor, es decir de quien la interpreta. La Covid-19 y los trágicos eventos que tienen lugar en todo el mundo han devuelto a nuestro vocabulario diario palabras como epidemia, contagio y cuarentena, palabras que parecían distantes y obsoletas cuando las leíamos en los libros del colegio y en la literatura.

A lo largo de la historia las epidemias y pandemias se han repetido cíclicamente, y el hombre siempre ha sentido la necesidad de narrar historias verdaderas o inspiradas en hechos que realmente ocurrieron para dejar evidencia de lo que pasó. A menudo, los artistas, novelistas y poetas han tratado temáticas relacionadas con estos eventos que han marcado a la humanidad y, tal vez, lo hicieron para exorcizarlos o, simplemente, porque, al dar amplio espacio a su imaginación, pudieron escribir algo que, en ese instante, les ayudó a superar aquellos momentos críticos que estaban minando su ánimo. El uso de metáforas en estos casos ha sido esencial.

Algunos, como los historiadores contaron los hechos tal cual se presentaron como hizo, por ejemplo, el historiador Tucídides que contó los efectos devastadores de la peste que azotó a Atenas en el siglo V a.C., convirtiendo la historia no sólo en un medio para recordar eventos, sino, sobre todo, en una herramienta útil para que las generaciones futuras analicen e interpreten los eventos de su presente. Los novelistas hicieron uso de metáforas. En el Decamerón, Giovanni Boccaccio presentaba a una Florencia atrapada por la peste, exponiendo su perplejidad frente a la naturaleza de la enfermedad como un castigo divino (“obras de la ira justa de Dios”) por todos los pecados cometidos por los hombres, o como obra de influencias astrales negativas. Las novelas de Boccaccio confirman la necesidad del hombre de contarse a sí mismo para escapar de la tristeza de la atmósfera en la que a menudo se encuentra, construyendo, a través de la narración, una apariencia de normalidad. Alessandro Manzoni en su novela “I Promessi Sposi” (“Los Novios”) utilizó el recurso de encontrar un manuscrito anónimo del siglo XVII para describir y denunciar a la sociedad milanesa del siglo XIX en la que el autor vivía, destacando, especialmente en el capítulo XXXI dedicado a la peste, los graves errores cometidos por las autoridades públicas que habían facilitado e incluso, en algunos casos, alimentado la propagación de la enfermedad. Usando la metáfora de la peste (que históricamente data de 1630) y el tema del manuscrito, Alessandro Manzoni se propuso transmitir su descontento con las instituciones de su tiempo y ofrecer ideas a la población para construir una nueva sociedad.

Estos son sólo algunos de los ejemplos que se pueden señalar en este breve trabajo, pero quiero profundizar de manera más analítica Albert Camus, un autor contemporáneo, Premio Nobel de Literatura, y comparar brevemente su novela “La peste” (1947) con el período que estamos experimentando. No es casualidad que esta obra literaria, en este período en el que estamos atormentados por la Covid-19, haya tenido un renacimiento, tanto que la estadística dice que puede contarse entre los libros más vendidos del momento.

Para Albert Camus, la propagación de una enfermedad contagiosa como la peste, real en el área geográfica, aunque no el período histórico en el que se desarrolla la acción, parece ser un pretexto para estudiar al hombre y sus miedos, y a la sociedad en la que vive que en aquel momento acababa de vencer una guerra contra el nazismo.

La peste coge por sorpresa al doctor Rieux, protagonista de la historia, exactamente como ha hecho la Covid-19 con nosotros; el virus nos ha cogido por sorpresa y hemos luchado mucho para tratar de dominarlo y de entenderlo, aunque sabemos que, a pesar de que ya han pasado seis meses desde su aparición y, a pesar de que hay una carrera acelerada en todo el mundo para la producción de vacunas protectoras, todavía tenemos un largo camino por recorrer para conocer suficientemente la compleja estructura de esta enfermedad infecciosa. Como en el libro de Camus, nosotros también hemos sido testigos de la impotencia inicial de un sistema sanitario que no ha sido capaz de aceptar todas las solicitudes de asistencia que le llegaban, especialmente las procedentes de los ancianos que conformaron el grupo más afectado por esta pandemia; muchos de ellos ya no están aquí y ya no podrán contarnos más sobre nuestro pasado: desafortunadamente, parte de nuestra memoria biográfica se ha ido paran siempre con ellos.

Conocemos la precariedad del hombre, y ciertamente no ha sido un virus lo que nos la ha hecho descubrir. Con la llegada de la Covid-19, hemos vivido en nuestra propia carne que no sólo la existencia individual del ser humano es frágil, sino que también lo es toda la humanidad y todo lo que el hombre ha construido. El virus que nos ha bloqueado durante meses nos ha abierto los ojos a algo que el hombre, con su deseo de omnipotencia, había tratado de censurarse a sí mismo: la estructura social, política y económica planificada y construida por él es transitoria, exactamente como lo es la naturaleza humana.

En “La peste”, los pacientes ven a los médicos como santos, héroes, como si estuvieran librando una guerra, exactamente como ha sucedido en nuestro caso: la lucha contra la Covid-19 ha sido calificada por comunicadores, periodistas y científicos como una guerra que se libra contra un enemigo invisible y silencioso. El lenguaje de la guerra se ha utilizado como una antigua metáfora con el objetivo de unir a las personas contra el enemigo común. El personal médico y sanitario hizo su trabajo de manera encomiable, aunque a muchos de ellos nunca les hubiera gustado ser llamados héroes: les hubiera gustado ser llamados personas, tal y como dice el Doctor Rieux de Camus: “Lo que me interesa es ser una persona”. Bernard no quiere ser un héroe, no quiere ser un santo, pero quiere ser un hombre capaz de ayudar a otros hombres – incluso a sí mismo-, a no caer nuevamente “en el bacilo de la peste”. Camus en su libro recoge una advertencia a la humanidad, invitándola a estar siempre alerta y con los ojos bien abiertos, porque podría suceder, en un futuro cercano o lejano, que la peste encuentre la energía necesaria para regresar. Por eso los sociólogos han decidido dar un amplio espacio a otra metáfora conceptual en lugar de la de la guerra: la cura. Lo que han hecho los médicos y las enfermeras, lo que todos hemos hecho con nuestro prójimo, quedándonos en casa, tratando de no infectar a nadie y de no infectarnos a nosotros mismos, ha confluido en una serie de actos de compasión y solidaridad mutua entre médico y paciente, actos dirigidos a la puesta en valor del ser humano, y que no guardan relación alguna con una guerra ya que ésta necesita enemigos, armas, engaños y brutalidad para existir y subsistir. Es necesario que el hombre aprenda las lecciones del pasado: el pasado nos enseña a vivir el presente y a planificar el futuro.

*Elisabetta Bagli, traduttrice, scrittrice