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Amelia Peláez: rigor y feminidad del nacimiento de un estilo criollo y barroco

Los pueblos están hechos de la riqueza de sus hombres y mujeres, de sus historias, leyendas…; de la unión y el respeto de lo culto y lo popular. Yaguajay ha sido y es un fértil manantial, dentro de la cultura cubana. No se puede hablar de música, teatro, literatura, artes plásticas… sin nombrar los hijos de esta tierra. Amelia Peláez, sin lugar a dudas, es una de ellas, y figura imprescindible dentro del arte cubano.

Amelia Peláez del Casal nació el 5 de enero de 1896 en el municipio Yaguajay, provincia Sancti Spíritus y falleció el 8 de abril de 1968 en La Habana, dejando una inmensa obra para nuestra cultura. Perteneció a una familia burguesa, de origen español y de prestigiosos intelectuales, como su tío el poeta: Julián del Casal. Su padre, Manuel,  fue médico, mientras que su madre Carmela, fue una mujer de esmerada educación y habilidades para el dibujo. A pesar de su origen, fue Amelia una joven sencilla, de carácter introvertido que buscó en el arte la ventana para abrirse al mundo.

En 1915, debido a la salud del padre, se traslada la familia a vivir a La Habana; teniendo Amelia apenas unos 19 años. Lo ecléctico y lo criollo de la casa de la Víbora lo llevaría a su obra. Casa donde vivió hasta su muerte, y que es hoy: Patrimonio Cultural. Un año después -de vivir en la ciudad- matricula Amelia Peláez en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, teniendo como profesor al maestro Leopoldo Romañach, de quien fuera su alumna predilecta. Se dice que fue el propio Romañach, quien la recomendó para una beca de creación en Nueva York en 1924 y otra en País en 1926. En Europa tiene Amelia contacto con los artistas de la vanguardia moderna entre ellos: Picasso, Matisse y Lège. Pero… es la constructivista y escenógrafa rusa, Alexandra Exter, quien le enseña -en definitiva- a ver todo aquel mundo; que luego llevaría a su raíz cubana. 

Amelia fue una artista que exploró y extrajo del arte moderno de su época, un estilo propio, donde convergen varias tendencias (cubismo, abstracción…) pero a lo cubano; a través de un estilo barroco -criollo- moderno. Rejas, cristales, medios puntos, columnas, frutas tropicales, lucetas, manteles, peces, naturalezas muertas… son los motivos que trabajaría continuamente. Para Peláez del Casal la mujer fue un tema reiterado; a partir de varios recursos despersonalizó la figura femenina; rostros y perfiles que omiten la boca y donde los trazos negros enmarcan los ojos, para que estos puedan ver hacia todos los lugares. El cromatismo y contraste de los colores primarios se mezcla con los arabescos, el equilibrio, dramatismo y la dinámica de la línea negra; que lleva al centro de la composición y de los planos quebrantados. Apasionada, autónoma, exigente de sí misma al máximo y sin perder la feminidad se entregó Amelia Peláez a la cerámica artística, la pintura, el grabado, la escultura y el ensamblaje de murales.

Prueba del  talento de Amelia Peláez fueron los múltiples premios y distinciones alcanzados, entre ellos: el Premio de Mérito. VIII Salón Nacional de Pintura y Escultura, en el 56 y el Premio Adquisición. Salón Nacional de Pintura y Escultura de 1964. Homenaje a Fidelio Ponce de León, Museo Nacional de Bellas Artes  

En 1937 fue profesora del Estudio Libre de Pintura y Escultura; once años después en 1958 es Jurado de la I Bienal Interamericana de Pintura y Grabado, organizada por el Museo Nacional de Artes Plásticas de México. Amelia fue miembro fundador de la Asociación de Pintores y Escultores de Cuba (APEC) en 1949 y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en el 61.

En 1924 realiza Amelia Peláez su primera exposición personal, el 13 de marzo, junto a María Pepa Lamarque en la Asociación de Pintores y Escultores. A partir de esa fecha y hasta después de su  muerte serán más de cuarenta las muestras exhibidas en Cuba y el extranjero. En el 35 mostraría por vez primera, luego de su regreso de Francia, su nueva pintura, que fue incomprendida por algunos, hasta por su maestro Romañach. Vale señalar otras dos muestras importantes: la Retrospectiva (póstuma) inaugurada el 14 de noviembre en el Museo Nacional de Bellas Artes; y en 1997- entre el 10 de marzo y el 3 de mayo- tiene lugar en el Centro Cultural Gaya Nuño, Soria, España, la expo Amelia Peláez. Óleos, temperas y dibujos (de 1929 a 1964). Participó además en la mayoría de los Salones Nacionales de su época. En más de un centenar de exposiciones colectivas hasta el presente se ha exhibido la obra de Amelia, no solo en Cuba sino en Estados Unidos, España, Francia, Suecia, México, Haití, Rusia, Venezuela, Hungría…, así como en las Bienales de Brasil e Italia.

No se puede hablar de cerámica artística en Cuba, sin decir el nombre de Amelia Peláez del Casal, el ángel inspirador de esta técnica en la Isla. En 1950 el doctor Juan Miguel Rodríguez de la Cruz, crea un taller de cerámica en Santiago de las Vegas, donde artistas como Lam, Portocarrero, Mariano, Amelia, entre otros; van a decorar pequeños objetos utilitarios; piezas tradicionales de la alfarería cubana. A partir de este año, y teniendo como principal jardinera a nuestra Amelia, es que la cerámica va a germinar por todo el país. Su ingenio le permitió experimentar con las pastas. A partir de métodos propios logró llevar su estilo, a las superficies curvas de las obras. Los motivos que la venían acompañando en el lienzo, ahora viajan hacia los volúmenes. Con el paso del tiempo Amelia se adentraría en los problemas del proceso, del color, la textura… y el acabado. 

Luego de trabajar en la cerámica; las armonías en la pintura de Amelia parecen renacer; ahora combina colores. En el lienzo las figuras se abrazan, se humanizan; son más sosegadas. Las mujeres dejan de ser figuras fuertes, comienzan a tener voz. Cuenta la doctora Adelaida de Juan que un día Rodríguez de la Cruz le pregunta a Amelia por qué pintaba a todas las mujeres sin boca. Y ella le empezó a pintar unas bocas grandes y le dijo: después no se queje cuando empiecen a parlotear1.

Impactantes resultan los murales en cerámica realizados por Amelia Peláez del Casal, gigantes que combaten a ese molino de viento nombrado: tiempo. En 1953 realizó el mural en cerámica de la Plaza de la Revolución, abriendo las puertas al reconocimiento de esta técnica como arte, y no solo como manualidad decorativa. En 1958 la cadena norteamericana Hilton inaugura un hotel que es hoy punto de referencia de cubanos y visitantes; el ahora Hotel Habana Libre. Sobre su fachada un majestuoso mural de 69 metros de largo por 10 de alto y 6 700 000 (seis millones, setecientos mil) teselas (pequeñísimas piezas cúbicas de pasta de vidrio coloreado) atrapa todas las miradas de quienes visitan las calles de L y 23 en el Vedado habanero. “Las frutas cubanas”, así lo nombró Amelia; quien con una maestría insuperable creó una pieza única en Cuba de restringida gama cromática: blanco, gris, negro y nueve gradaciones de azules. Identidad, tradición, naturaleza y luz tropical recreados bajo su sello y la línea negra. Los versos de Nicolás Guillén resumen las frutas que Amelia Peláez nos dejó para la eternidad: “Esos colores ciegan: / no los mires. / Son colores que rugen en la noche; / no los oigas. / En vano, en vano. / Para siempre los verás, los oirás. / La pintura girando”2.

Ni los estudios en Estados Unidos y Europa alejaron a Amelia Peláez del Casal de su origen, la familia, la luz y los colores de Yaguajay y de Cuba; moderna y criolla fue siempre su vastísima producción artística. Guy Pérez Cisneros, nuestro crítico más calificado y orgánico en las décadas de los 40 y 50, a decir del doctor Rafael Acosta de Arriba, sobre ella escribió: “el arte de Amelia seduce nuestros sentidos por su maravilloso y seguro despliegue de ritmos y escalas de colores”3. A cincuenta años de su muerte Amelia Peláez, sigue viva entre nosotros.                                                

Agradecimientos: 

Museo Nacional de Bellas Artes. 

*Yuray Tolentino Hevia, poetessa