Falso Teorema
El cielo raso, recensione a cura di Veli Bogoeva, scrittrice bulgara
Me penetra en el alma…
la niebla sobre los rieles.
Claudia Piccinno
Desde los orígenes de la vida, el ser humano se vio empujado a explorar su entorno para sobrevivir a una madre naturaleza salvaje e inmisericorde. Los sentidos fueron las primarias herramientas de su cuerpo, un cuerpo a la vez material y trebejo para medir las extensiones espacio – temporales. El conteo se volvió un imprescindible, una intuición abriendo horizontes, ejecutándose al unísono con cada pisada o ímpetu creativo de las manos para dejar huella o construir un lugar seguro en el que seguir evolucionando. Sin embargo, este primer estímulo humano de comunicación con sus semejantes, cuyo objetivo era acortar la distancia con el prójimo mediante una medida de longitud específica o precisar el momento y ángulo por el que el sol asomaba por el Este, se tornó rápidamente una habilidad para establecer límites.
Las líneas divisorias, fueron ganando terreno en la materia visible igual que en las ideas y pensamiento del ser humano, levantando muros y heredando castillos de prejuicios. Y así se fueron forjando teoremas sobre los puntos neurálgicos del sentir y el actuar humano. Unos teoremas cuya inexactitud y falsedad desmonta con agudeza y define con precisión la poetisa italiana Claudia Piccinno en su poemario “El cielo raso”.
“El cielo raso”, un título muy sugerente para una portada de cielo profundo, donde el blanco de pincelada gruesa se torna un azul cada vez más denso cuanto más se alejado el espacio celestial de la construcción humana. Una metáfora de la creación de la villa terrestre a imagen y semejanza del surgimiento del mismo monte Olimpo, donde todo hogar independiente tiene medida diferente, pero se halla siempre al abrigo de un templo inamovible al tiempo y donde los “cortometrajes de otros lugares”, cuan en un “cine mudo”, atrapan en ámbar la mente y pensamiento del aldeano para hacerlo perdurar sin reloj y por ello eternamente.
La piel del libro, obra del pintor y escritor cubano Oslier Pérez, cobra pleno sentido terminada la lectura de los versos de Claudia Piccinno, poemas resguardados cual polen para combatir la astenia y activar los sentidos tras una condena de desamor perpetuo. Un desamor no obligatoriamente ligado a otro ser humano sino a uno mismo, como exclama la poetisa en su poema Descalza:
Engullía dependencia
creyendo que era sólo
pertenencia…
Claudia Piccinno ofrece en su poemario un itinerario meditado y abundante en imágenes por un amplio abanico de sitios (Las ventanas del metro; En una sala de espera (en el hospital o en la estación); emociones (La culpa; La furia; El vacío; El orgullo) y encarnaciones (Capas de olvido; La niebla sobre los raíles; Puntito en un visor) de un mundo de techo liso y plano que no deja de ser muchas veces un falso techo tras el cual resplandece la verdad de lo vivido con cada uno de los cinco sentidos.
En La niebla sobre los raíles la poetisa italiana lanza un suspiro afligido porque las nieblas pueden descender desde el cielo hasta el mismo suelo. Terreno moldeado por raíles asentados y limitantes envueltos por una niebla que se va colando en el alma humana sin carril reverso. Una niebla que…
Sabe enmascarar los faros
y los corazones solitarios.
Congela dedos y latidos
en un safari de siluetas
y respiros.
Pero la vida es para Claudia como el Mare Nostrum con Imprevistas corrientes y Júbilo insospechado, a veces por una llegada inesperada que se convierte En una convención de hadas madrinas o donde Aquel apretón de manos muda en Alas de tinta. Un mundo a cielo abierto donde Los no son el germen de un silencio victorioso que merece odas y no lamento, porque Las tenazas del adiós son un bien necesario, tras un bozal de omisiones y verdades ausentes. Pregunta Claudia en Falso teorema:
¿Qué le queda
de un falso teorema?
Respondiendo la avezada poeta italiana a su propia duda:
Diagonales despedazadas,
ángulos agudos de dolencia,
ángulos obtusos de demencia.
La locura, este famoso extravío de cordura y percepción de la realidad del ser humano, es otra estación más en el trayecto ferroviario por los poemas de Claudia. Una parada llamada Madre mía, no como una expresión de sorpresa, sino como una llamada, una invocación a lo sagrado en la tierra, la figura materna.
Al loco le es negada
la locura,
lo tienen bajo llave
en Nochebuena
[…]
y si extravía el camino
a cada mujer que encuentra
la llama “madre mía”.
No deja de ser la imagen del retorno eterno, un impulso perpetuo y circular como el movimiento del agua que desciende del cielo al mar para empapar la tierra antes de volver a su primigenio hogar: el Cielo.
Partir y volver junto al poema No es un adiós, son las sinuosas corrientes de agua por la mente y memoria del ser humano, para recordarle que todo fecunda y muda la materia y el espíritu para regresar bajo forma diferente y así ser uno con la madre naturaleza y formar parte del infinito.
Serás la hoja que se convierte en humus […]
Serás la gota que se hace vapor[…]
serás el canto del ruiseñor […]
serás paso veloz en el infinito
brújula de valor para el encuentro pactado.
Estirarse, como la luz que penetra por el agujero de una catedral, para dispersarse acabando con la oscuridad de un cielo raso manufacturado, liso y plano, que no deja de ser falso porque es un límite fijado. Una frontera ilusoria tras la cual se halla la auténtica luz perenne de la vida en la que sentir y conocimiento confluyen para acabar con los falsos teoremas heredados y ampliamente aceptados. Teoremas que la poetisa italiana echa por suelo con elegancia, riqueza lingüística y armonía que sintonizan con la comprensión y sentir del lector, como en la aclamación y exhortación final de su poema Agujero de luz en la catedral:
Yo seré agujero de luz,
estiramiento de mis arrugas,
buitre de mi propio caníbal.
*Veli Bogoeva, scrittrice