Libertad de pensamiento y de expresión Un salto a la historia, literatura y filosofía
La libertad de expresión presupone que todo ser humano tiene derecho a expresar su opinión e incluso a no ser acosado por ello. Por otro lado, estamos hablando de un derecho que encuentra limitaciones cuando choca con otros derechos.
Para que florezcan la democracia, el diálogo y el desarrollo, es necesario contar con el elemento fundamental de la libertad de expresión. Un derecho universal que todos deberíamos disfrutar. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la libertad de expresión es un derecho humano incluido en el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos redactada en 1948 cuya promotora fue Eleanor Roosevelt. En este último se establece lo siguiente: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Este derecho, por lo tanto, está vinculado a la libertad de prensa con la cual se transmite información a través de los medios de comunicación sin que el Estado ejerza control sobre ella antes de emitirla. Pero en las sociedades antidemocráticas no es así y en las democráticas puede ocurrir que no sea así.
Las cuestiones relativas a la libertad de pensamiento y de expresión son muy delicadas tanto desde el punto de vista filosófico como jurídico. La imposibilidad de tener una visión unívoca de la realidad nos lleva a considerar diferentes perspectivas en las cuales se expresa necesariamente una posibilidad de interpretación más o menos válida.
Históricamente, muchos filósofos han tenido problemas para ser aceptados por sus ideas.
Sócrates fue juzgado por los atenienses con la cuestionable acusación de inmoralidad, por corromper a la juventud y no creer en las deidades atenienses, introduciendo otras deidades en el culto.
A continuación tenemos a Hipatia, una de los primeros mártires de la libertad de pensamiento, una de las mayores filósofas de la historia que no profesó el cristianismo y que fue asesinada por los cristianos en un motín en Alejandría.
Otro caso significativo fue el del gran científico y astrónomo Galileo Galilei, perseguido por la Inquisición eclesiástica por haber refutado, con evidencias científicas, la inexactitud del sistema tolemaico-aristotélico basado en el geocentrismo. Galileo, en verdad, había captado la complejidad de la realidad y quería comunicar a todos el misterio infinito del Universo, un misterio que el hombre tenía que investigar (en ese momento y también hoy) para mantener la fe en su naturaleza del ser humano. Finalmente, ante la acusación de herejía (y la consiguiente muerte en la hoguera), Galileo decidió abjurar. La rehabilitación de su figura tuvo lugar casi 360 años después con el Papa Juan Pablo II.
En un clima tan tenso entre herejía y ortodoxia, Giordano Bruno, filósofo y matemático, murió en la hoguera como hereje, defendiendo hasta en sus últimos momentos su diferente punto de vista. La suya era una figura ambivalente y compleja que, con el paso del tiempo, se ha convertido en uno de los símbolos de la libertad de pensamiento frente a los poderes fuertes. El 17 de febrero de 1600 se ejecutó la sentencia de muerte: Bruno murió quemado vivo en Campo de’ Fiori en Roma, justo en el lugar donde hoy se encuentra una estatua en su conmemoración. Él también, como Sócrates, podría haber evitado la muerte abjurando (como hizo Galileo), arrepintiéndose o huyendo. Sin embargo, estas son elecciones personales, porque detrás de una amenaza de muerte es evidente que no hay verdadera libertad para elegir.
El poder teme la libertad de expresión y de pensamiento, porque las personas intelectualmente libres representan la posibilidad de una deriva anarquista del sistema, una forma en la que el poder estaría negado. Existe, por lo tanto, una estrecha correlación entre el pensamiento filosófico y su aplicación en política, ya que el poder juega con la forma en la que percibimos la realidad.
Encontramos una de las combinaciones más hermosas de filosofía e ideal político en las intuiciones de Immanuel Kant, quien argumentó que la idea de la libertad y su protección por parte del Estado forman la base para crear armonía en una civilización. Kant fue el filósofo que más se situó en el origen de una idea pacífica de Europa, el que tomó en consideración el tema de su unidad. La idea de la diversidad de pueblos y culturas en una sociedad abierta en la que conviven ideas y pensamientos diferentes fue considerada por Kant como una verdadera riqueza. Esta idea de la unidad de los pueblos europeos fue retomada y, personalizándola, el político italiano Giuseppe Mazzini creó una organización llamada la Joven Europa en Berna, Suiza. Esta organización no tuvo la relevancia política que se esperaba de ella, pero mostraba el ideal de Mazzini de hacer converger los países europeos en una Europa unida, en la que todos los que hubieran formado parte de ella interactuarían sin barreras con otros pueblos, aun siendo soberanos sobre el propio territorio. Este concepto estaba indisolublemente ligado a los valores democráticos de la libertad en todos los ámbitos.
E l derecho a la libertad no es un derecho absoluto y la legislación puede prohibir que una persona incite al delito o la violencia o promueva la discriminación y el odio. Esta forma de libertad está limitada cuando entra en conflicto con los derechos o valores de otras personas. En este punto, conviene destacar la dificultad de delimitar el límite que separa la expresión legítima de la no legítima.
Hablar y escribir significa hacer preguntas, tener dudas, criticar, oponerse, denunciar. Estas acciones involucran reacciones violentas en regímenes totalitarios y discusiones de diversa índole en regímenes democráticos, en los que, en ocasiones, la manifestación de la libertad de pensamiento e información se ve obstaculizada por razones políticas, religiosas, culturales y, sobre todo, económicas.
En 1962, Pier Paolo Pasolini denunció a la sociedad y su ignorancia en prohibir ciertas libertades fundamentales de expresión para dotar al ser humano de esa visión global de su ser, original, único e irrepetible y por eso mismo lejos de la homologación del pensamiento y de conformidad que lamentablemente hemos alcanzado en una sociedad que se dice tolerante con los diferentes, con los que piensan en sentido contrario, con los que no son uniformes y alineados en el pensamiento. Lamentablemente, los nuevos medios de comunicación, a pesar de tener muchas ventajas, también tienen el defecto de haber contribuido a crear esta situación que solo puede revertirse con el compromiso de todos y cada uno de los ciudadanos y de quienes tienen el poder que, en nuestra sociedad democrática, está en manos de los que el ciudadano ha elegido como sus representantes.
*Elisabetta Bagli, poetessa, scrittrice